Consell de Germandats
i Confraries de la Arxidiòcesi de Barcelona
8 de abril de 2000. Parroquia
de San Agustín.
Barcelona
Pregonero: M.I. Sr. Josep Ramón
Pérez Sánchez, Canònigo de la
S.E. Cateddral Basílica de Barcelona.
Consiliario de la Confraria de Sant Marc Evangelista
de Mestres Sabaters de Barcelona, (vinculada canònicament
a la Catedral de Barcelona desde el año 1202).
I. Parte:
la saeta
Agradezco sinceramente
al “Consell de Germandats
i Confraries” el haberme dado la oportunidad
de hacer este Pregón de Semana Santa.
El pregón de Semana Santa es como el pórtico
de lo que se conmemorará en esos días
santos. Habrá quien piense que no es necesario
anunciar la cercanía de esos días importantes
para nuestra fe cristiana: desde la entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén entre las ramas
de olivo y las palmas, el Domingo de Ramos, hasta
el anuncio gozoso de la resurrección de Cristo,
la mañana del domingo de Pascua.
Sin embargo esos
días, aunque tan importantes
para los cristianos, existe el temor de que pasen
desapercibidos en muchos ambientes, ya que pueden
quedar reducidos a unos días de vacaciones
de primavera.
No ocurre así, por suerte, en todos los ambientes.
Las cofradías y hermandades os ocupáis
de mantener vivas estas celebraciones.
Estamos en el año dos mil. En este año
han sido muchas las cosas que han cambiado en nuestra
archidiócesis de Barcelona, en relación
con las cofradía de penitencia y de gloria:
por primera vez comienzan a caminar juntas agrupadas
por el “Consell General de Germandats i Confraries
de l´arxidiòcesi”. El acto celebrado
en la Basílica de Santa Maria del Mar, el
pasado día 12 de febrero, fue la expresión
externa de algo que se ha ido fraguando en los últimos
años y que por fin está dando sus frutos.
Todas las hermandades y cofradías de la Archidiócesis,
juntas, recibiendo el don del Jubileo de este Año
Santo. Ha sido sin lugar a dudas un don, un auténtico
regalo de Nuestro Señor y su Santísima
Madre.
Este Pregón de Semana Santa, que por primera
vez se pronuncia, convocadas todas las hermandades
y cofradías, es un exponente más de
esta nueva época en la que hemos entrado.
Que Nuestro Señor y su Santísima Madre,
nos continúen ayudando a seguir por este camino.
Mi condición de catalán, de raíces
andaluzas, creo que ha tenido algo que ver con la
elección que habéis hecho para que
pronuncie yo este Pregón. También el
ser consiliario de una de las cofradías más
antiguas de Cataluña, la cofradía de
San Marcos, que tiene su sede en la Catedral de Barcelona
y remonta sus orígenes al siglo trece.
En mí, como en muchos otros que me estáis
escuchando, se unen el sentimiento del alma andaluza
y el “seny” del pueblo catalán.
Uno lo recibí por la sangre, el otro por la
adopción. Me honro de mis orígenes,
pero también estoy orgulloso de ser catalán.
Y hoy, ¿Cómo no voy a estar gozoso
de cantar una de las manifestaciones más sentidas
de los dos pueblos el catalán y el andaluz?:
La Semana Santa.
Siendo como es la
Semana Santa una de las celebraciones más litúrgicas de la Iglesia, se ha
convertido en una fiesta profundamente popular. Los
acontecimientos que tuvieron lugar hace dos mil años
se reviven con un sentimiento de realidad y salen
por nuestras calles con el deseo de que queden grabados
en nuestras conciencias y en nuestra vida. Pero son
actos religiosos externos que necesitan ser interiorizados
para que no se queden en la parte superficial y folclórica.
Es indispensable que mantengan siempre su íntima
vinculación a las convicciones y a las costumbres
más arraigadas y al sentir y vivir de la Iglesia
en estos nuevos tiempos.
Hablando de sentimientos:
Hace ya algunos años, allá por los
setenta, uno de los cantautores más carismáticos
del pueblo catalán, Joan Manuel Serrat, ponía
música a un poema de Antonio Machado: “La
Saeta”, en el que se cantaba la Semana Santa
andaluza.
“Quien me presta
una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno”
La letra, del sur,
nunca tuvo una expresión
de sentimiento más profundo que cuando la
música y la voz catalana le prestó su
melodía.
¿Quién
no se ha dejado llevar de la voz del cantor, convertida
de pronto en saeta sencilla
que brota del pecho, como grito sincero del sentir
del alma?:
“Oh la saeta
el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.....
Y de pronto, el Cristo
de los gitanos se mezcla entre nuestros barrios
y se hace vida entre el Besós
y el Maresme, entre Terrassa y el Penedés.....”Siempre
con sangre en las manos, siempre por desenclavar.....”
Y
nos hemos identificado con ese Cristo, y toda una
generación hemos buscado escaleras..., “siempre
por desenclavar”....
Y hemos hecho nuestra: La saeta y el Cristo.
“Cantar del
pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz”
Cantar de la tierra
mía
Que echa flores
Al Jesús de la agonía
Y es la fe de mis mayores.
Oh, no eres tu mi cantar
No puedo cantar ni quiero
A ese Jesús del madero
Sino el que anduvo en la mar”
Y hemos cantado a
ese Jesús del madero, a
veces, clavado en él, otras con el leño
a cuestas, al que con pasos temblorosos pasea entre
nuestras calles los días de la Semana Santa.
Este es el sentido
de este pregón: Recordar
que en estos días que se avecinan, como cada
año cuando la primavera empieza a explotar,
reviviremos lo más profundo del misterio de
Jesús: la muerte del Hijo de Dios que nos
revela el gran amor y misericordia del Padre.
Y Él, que es la palabra del Padre, se hace
silencio; y Él que es la gloria de Dios se
hace oscuridad, y Él que es el Hijo Amado
por medio del cual creó el Señor todas
las cosas, se siente solo, abandonado del mismo Padre
que le ama, y Él que es la Vida, rinde tributo
a una muerte cruel.
Y el pueblo, que
tiene sus grandes intuiciones, se da cuenta de
que en esa muerte misteriosa está su
liberación y su dignidad humana adquiere aquí su
más grande plenitud, porque todas sus caídas
y limitaciones, todas sus sombras y pecados, son
como absorbidos por esas tinieblas que acompañan
la muerte de Cristo en la cruz. Es explosión
del pueblo en la Semana Santa, es la manifestación
del fondo del alma humana que se siente asfixiada
y oprimida por esa sociedad nuestra que cierra los
horizontes a la trascendencia; y busca en la tragedia
del Calvario, aun sin darse cuenta, el horizonte
de la luz, de la esperanza, de la felicidad trascendente
que necesita para vivir su vida en este mundo.
Nuestro mundo, tan
sobrado de cosas y tan falto de aquellas que llenen
realmente y den sentido a
la vida. Lo tenemos todo, pero nunca el hombre se
ha sentido tan indefenso ante el dolor y el sufrimiento
humano, lo tenemos todo, pero nunca nos hemos sentido
tan vacíos y con tanta necesidad de encontrar
la felicidad. Soñamos tantas cosas grandes....y
a la vez nos sentimos aprisionados por tantas cosas
pequeñas....
Y en aquella imagen
del Cristo con su cruz a cuestas, o en la del crucificado,
el pueblo ha visto una explicación
del dolor que la misma humanidad padece, se convierte
en un rayo de luz que puede dar sentido y grandeza
a su propio dolor. Ese misterio de Cristo manifestado
dramáticamente en los diversos pasos de la
pasión que salen por nuestras calles estos
días, se une el misterio del hombre a su dolor,
a su sufrimiento, es él el que se siente escarnecido,
y crucificado....el misterio del hombre que solo
puede vislumbrarse adquiriendo su propia dimensión
ante un Dios que muere solo y abandonado.
Le preguntaron una
vez al Papa Juan Pablo II sobre el sentido del
sufrimiento humano si es cierto que
hay un Dios que es amor. Su respuesta fue que “si
en nuestra historia humana hay sufrimiento, se entiende
porqué la omnipotencia de Dios se ha manifestado
en la cruz. El escándalo de la cruz se convierte
en la clave de interpretación del gran misterio
del sufrimiento humano.....El Cristo crucificado
es una prueba de la solidaridad de Dios con el hombre
que sufre. Dios se pone de parte del hombre y lo
hace de una manera radical....” Dios se hace
solidario con el hombre y nunca es más patente
esta afirmación que durante la Semana Santa,
en que se nos muestra hasta qué punto el amor
de Dios es capaz de llegar por el hombre.
El primer recuerdo
que tengo cuando llegué a
Catalunya sobre la Semana Santa, está ligado
a las celebraciones que tenían lugar en la
parroquia en la que yo estaba de vicario. Durante
los viernes anteriores a la Semana Santa y el Viernes
Santo, tenia lugar una procesión dentro del
templo muy especial: el “Cos de Portants del
Sant Crist”, con el Cristo de las Ánimas
suspendido en un increíble equilibrio, pasaban
las estaciones del Via Crucis, invitando a los fieles
a participar y revivir los últimos acontecimientos
de la vida de Jesús.
Acompañaban sus movimientos y estaciones una
poesía musicada, que se repetía en
cada estación:
“Per vostra passió sagrada
Adorable redemptor
Perdoneu altre vegada
A aquest pobre pecador.....”
Y caíamos de rodillas una y otra vez, adorando
a aquel Cristo en la Cruz que nos mostraba un amor
tan grande, capaz de romper todos los esquemas que
la humanidad pudiésemos tener.
Y entretanto, se cantaba una poesía de Jacinto
Verdaguer, también musicada, que nos invitaba
a todos a adorar la Cruz:
“Creu Sagrada,
creu amada,
vine, vine a nostre cor,
Creu hermosa
Dolçe esposa
de Jesús nostre senyor.
Són dos braços són los llaços
Que lligaren l´home a Déu
Vine, vine, creu divina
Lliga amb Crist lo cor meu.
Sang sagrada l´ha
regada
A eixa palma de l´Edem
Que ens convida amb fruit de vida
Que l´amor collí en Betlem.
Tu ets la via que al cel guia
Tu ets la clau del Paradís
Tu la forta nau que ens porta
De la ditxa al port feliç.
Y la cruz pasaba
de mano en mano en su curioso balanceo mientras
los cantos invitaban al recuerdo meditado
de una vida entregada por amor a todos los hombres.
Y Jesús caia y volvía a levantarse,
y lo despojaban de sus vestiduras, enganchadas en
la carne viva por las heridas, y escuchábamos
los martillazos con los que clavaban a Jesús
en la cruz....
La cruz de Jesús, la cruz nuestra de cada
día, porque cada día tiene su cruz,
su dolor, su sinsabor. No es normal pasarse veinticuatro
horas sin haber gustado, de una pequeña astilla
o sin sentir clava una espina. Forman parte del madero
de nuestra cruz.
Un día será la burla de los soldados,
ajenos a nuestra vida. Son los encargados de turno
de cumplir nuestra condena. Sin darse cuenta ni pretenderlo,
con su indiferencia o superficialidad, nos rompen
las vestiduras, nos visten de púrpura, de
locos y se ponen a jugar con nosotros. Así nos
duelen las incomprensiones y los rechazos de los
demás.
En otras ocasiones
serán los maderos atravesados
en forma de cruz sobre nuestros hombres. Una carga
pesada que apenas podemos soportar sin caernos por
tierra la carga de tantas cosas que pesan sobre nosotros
y nos parece imposible dar un paso con ellas. Caemos
bajo su peso, una y otra vez, y otras tantas nos
levantamos porque la vida sigue....y tú tienes
que seguir viviendo...y caminando aún con
la cruz a cuestas.
Otro día será el despojo de las vestiduras,
de tu fama, de tu honra, de tu derecho al respeto
de tu vida y de tu nombre. Te humillarán y
te despojarán del valor de tu trabajo, de
tu entrega...Desnudo dejaron a Jesús y así.
De una u otra forma te dejaran a ti. Como a Jesús
en el Calvario.
Los clavos atravesaran
tus manos y tus pies, se hundirán en tu carne. Porque cada dia tiene
su cruz y el dolor aparece cuando menos lo esperamos.
Nuestro cuerpo desgarrado por la enfermedad, o roto
brutalmente por un accidente. Es tan fácil
destrozar nuestro cuerpo y nuestra salud....Son los
clavos que a Jesús le rompieron sus pies y
sus manos y destrozaron de dolor su cuerpo...
Es la cruz, la cruz
de cada día que nunca
se termina, que va unida a la vida porque solo culmina
en la lanzada definitiva, en la muerte, que es quien
da por terminada nuestra cruz de cada día.
“Creu sagrada
creu amada
vine, viene a nostre cor
creu hermosa
dolçe esposa...”,
La cruz solo, descarnada,
es dura, cruel y destructora. Pero la cruz así, de madera, sola desnuda,
no está completa. Le falta a Jesús,
clavado en ella. Y la cruz, con Jesús es otra
cosa. Jesús cambió su signo de negativo
en positivo cambió el signo del dolor y el
sufrimiento en fuente de salvación. En la
cruz, desde que Jesús estuvo clavado en ella,
podemos encontrar la paz, la liberación a
tantas esclavitudes. Podemos encontrar el sentido
auténtico y profundo del dolor. En la cruz,
clavado en ella, podemos encontrar a Jesús.
Nuestra cruz, junto a la de Jesús, superpuesta
a la suya, cambia toda nuestra historia. La cruz
vivida con Jesús nos abre las puertas de la
resurrección, a la vida verdadera y definitiva,
a la vida de Dios.
Contemplemos nuestra
cruz junto a la de Jesús.
En su mirada y en su corazón descubriremos
la vida y el misterio de nuestra cruz. Descubriremos
la vida y la resurrección, descubriremos la
paz inmensa que da sufrir nuestra cruz junto a Jesús
clavado en la cruz.
II. Parte: Las lágrimas
de una Madre
La primera vez que
vi una fotografía de la
Macarena, quedé profundamente impresionado:
era una foto, que aún conservo, donde se podía
ver la cara de la Virgen, en un primer plano, con
solo una mantilla en la cabeza. Era el rostro de
una bellísima mujer con la mirada traspasada
por el sentimiento y con unas lágrimas que
cruzaban su rostro. Todo el conjunto daba la impresión
de una serenidad dolorosa.
Me cautivó.
Sobre todo, las tres
lágrimas de su mejilla
izquierda. Todo un símbolo del amor a la vez
que del dolor de la humanidad, ya que ella es de
nuestra propia condición, la que recoge, por
decirlo así, la afectividad de nuestros corazones
humanos ante el gran misterio de un Dios que muere
en la cruz por nosotros.
Me recuerda aquellas
poesías de Verdaguer,
todas tejidas de espinas y de rosas y que nos invitan
a meternos en el corazón de María y
compartir su pena:
“Puix no hi ha agonía
com la del Cor seu,
plorem amb Maria
al peu de la Creu.
Un Fill jo tinguí
Del cel hermosura,
I en una creu dura
Clavat lo vegí,
De pena es partí
Mon cor amb lo seu.
Per tu fou clavat
Mon Fill adorable,
Per tu, fill culpable,
Que no li´n sents grat.
Los rocs s´han trencat
Més blancs que el cor teu.
Tot un Déu
se mor
Per ressuscitar-te,
I vols condemnar-te
Fill del meu Cor?
Mirau si hi ha dolor
Com lo dolor meu.
Los àngels que el veien
Ja fred i sagnós,
“
vostre fill hermós
é
s aquest”? me deien
Sons ulls que hem sonreien
Qui els ha vist i els veu!
Puix per tu morí
Ton Pare i Senyor
Vine, pecador,
A plorar-lo amb mí.
Per fill te prenguí
Quan morí el Fill meu.
Plorem amb Maria
Al peu de la creu.”
En el Calvario, María es una patética
figura de silencio.
El calvario está lleno de música fúnebre,
de movimientos, de voces, de presencias, de sucesos
telúricos: la cruz, los clavos, los soldados,
los ladrones, el centurión, los sanedritas,
el temblor de la tierra, el rasgarse el velo del
templo, la oscuridad repentina, las burlas, las palabras:
perdónalos, no saben lo que hacen, esta misma
noche estarás conmigo en el paraíso,
Padre mío ¿porqué me has abandonado?,
tengo sed, he ahí a tu hijo, en tus manos
entrego mi vida, todo se ha cumplido...
Y en medio de esta
sinfonía patética ¿qué hacia
María? ¿Qué decía?. En
medio de ese desolado escenario, esa Mujer de pié,
en silencio y soledad, como una piedra muda. Ni gritos
ni histerias ni desmayos, solo lágrimas que
caían silenciosas por sus mejillas.
El profeta Jeremías la había imaginado
como una cabaña solitaria, en la alta montaña,
combatida por todas las tormentas y huracanes.
Aquí en el Calvario, el silencio de María
se transforma en adoración. Nunca el silencio
significó tanto como en este momento. Abandono,
disponibilidad, fortaleza, fidelidad, plenitud, elegancia,
fecundidad, paz...
Nunca una criatura
vivió un momento con tanta
intensidad existencial como María en el Calvario.
Como las tres lágrimas del rostro de María,
también son tres los misterios que se celebran
durante los días de Semana Santa y los vivimos
en nuestros templos y los paseamos por nuestras calles:
En primer lugar el
misterio de Cristo, que siendo Dios se hace hombre,
que siendo inmortal muere en
la cruz por nosotros, que acepta la humillación,
el sacrificio, la muerte. El sufrimiento de un hombre,
hijo de Dios, pero totalmente hombre.
El misterio de María: esa criatura excepcional,
que pertenece a la tierra por su cuerpo de barro,
pero que tiene su corona divina por su pureza y su
santidad, y siendo la madre de Dios, no se aleja
en ningún momento del destino de su Hijo y
lo acompaña en todo el proceso de la pasión
y de su muerte para dar luz a nosotros los hombres.
Y en tercer lugar,
el misterio del dolor, especialmente del dolor
que no se merece, incluso del dolor sin
sentido que nos amenaza a todos los hombres durante
nuestra peregrinación por esta tierra convertida
en una valle de lágrimas.
Pero de entre todas
las escenas que veremos en la próxima Semana Santa, en aquellas en la que
la protagonista es la Virgen María, hay una
que me atrae de forma singular:
Se trata de la Virgen
dolorosa, María al
pie de la cruz: María, que en los momentos
cumbres de la vida de Jesús ha permanecido
oculta, cuando llega el momento de la humillación
se coloca en primer plano. Juan nos dice: “Junto
a la cruz de Jesús, estaba de pie, su Madre,
Maria de Cleofás y Maria Magdalena”.
Los romanos encargados
de ejecutar la sentencia de crucifixión mantenían a los grupos
a cierta distancia de los crucificados. En algunas
ocasiones, sobre todo cuando se trataba de parientes
cercanos, permitían aproximarse a los ejecutados.
María, según San Juan, estaba al lado
de la Cruz y también estaba con ella, Juan.
Jesús mirando a su madre dice: “Mujer,
ahí tienes a tu hijo”; después
dirigiéndose a Juan le dice: “Hijo,
ahí tienes a tu madre”.
No hay en la vida
de Jesús ni una sola palabra
improvisada. Siempre ha dicho lo que quería
decir. Pero cuando dirigía a los hombres su
palabra, lo hizo de dos formas diferentes: en voz
alta y en voz baja. Allá arriba en la montaña
de las Bienaventuranzas, ante miles de personas,
proclamaba su palabra en voz alta. Quería
que todas las personas pudiesen escuchar palabras
de misericordia, que pudiesen curar sus heridas.
Pero en otras ocasiones
Jesús habló en
voz baja: cuando se queda a solas con sus discípulos,
o en tantas ocasiones en que habló en privado
y el contenido de sus palabras no ha llegado a nosotros.
Ahora, desde la cruz,
ya no habla a las multitudes. Al contrario, es
la hora de los secretos de las confidencias,
de las palabras que se graban en el fondo del corazón.
Cristo se encuentra solo, allá a su pié solo
su madre: es curioso pero en el evangelio solamente
nos ponen a María en contada ocasiones: En
Belén, en la pobreza, en las bodas de Caná,
cuando falta el vino, y ahora al pié de la
Cruz cuando Cristo se está muriendo. Y es
que la figura de la madre evoca la seguridad, el
afecto, la primera escuela donde el niño aprende
a ser amado en su propia debilidad.
Y en la persona de
Juan, el discípulo más
sencillo, estaban los hombres, la humanidad entera.
Todos los redimidos quedaban encomendados a los cuidados
maternales de María. María se encargaría
de extender su solicitud maternal a todos y todos
podrían acercarse a Ella con una actitud filial.
María había modelado las expresiones
humanas de su Hijo que manifestaban el plan salvífico
de Dios; este plan salvífico alcanza a todos
los hombres y, por tanto, todos estábamos
recibiendo en la Redención la influencia de
María.
Las relaciones entre
Juan y María marcan
las relaciones de hombre con María. Esas relaciones
son de amor y cariño, como son las relaciones
entre madre e hijo. Los hombres podrán acudir
a María como a una madre seguros de encontrar
en Ella solicitud y afecto. María aceptó la
maternidad del Redentor con todas sus consecuencias
y una de ellas éramos nosotros como hijos.
Apenas aparece María en el escenario de la
historia de salvación se inicia nuestra filiación
que llega a su cima en el momento de expirar Jesús:
fue su última voluntad.
¿No recordáis a María paseando
por nuestras calles? A veces vestida de esperanza,
otras de dolor, otras de luto, con sus brazos siempre
abiertos y su mirada perdida buscando siempre al
hijo que sufre.... y tiene tantos! Sobre todo en
esta gran ciudad de Barcelona y su extenso cinturón
donde nos agolpamos buscando un poco de identidad
y de sentido a una vida que a veces cuesta demasiado
tirar hacia delante. Hoy más que nunca nos
damos cuenta de la falta que tenemos de una madre
como María.
Nuestra ciudad, opulenta
en apariencia, padece heridas de muchas formas
de pobreza material y espiritual.
Viven entre nosotros hombres y mujeres que experimentan
la pobreza de la soledad y la insolidaridad, características
de las grandes ciudades. Hay personas que nos han
venido de fuera que no se han integrado, parados,
enfermos, personas mayores que viven solas, personas
con falta de afecto familiar, matrimonios con problemas,
o separados, niños que con los trabajos de
los padres no pueden recibir toda la atención
que necesitan para un correcto desarrollo, jóvenes
con futuro incierto....
Detrás de estas realidades está el
grito de dolor del hombre que se encuentra delante
del misterio de su propia vida. Mirar hacia María
en estos momentos ha de significar para nosotros
una sensación de consuelo, de comprensión
del misterio de la Iglesia cuya misión es
acercar la redención de Cristo al hombre,
es decir, para que todos puedan encontrarlo y hacer
posible que Cristo pueda recorrer el camino de la
vida con cada una de estas personas. Esto significa
también una toma de conciencia de todas las
necesidades y situaciones humanas, muchas de ellas
fruto de la insolidaridad, la indiferencia, el individualismo
de nuestra sociedad y ha de llevarnos a un compromiso
de trabajar para encontrar soluciones.
La Redención no llega al hombre si no se
crea una nueva forma de vida y una sensibilidad.
María, abierta plenamente a los designios
de Dios nos enseña a estar bien abiertos y
disponibles al servicio de los hombres.
María por ser Madre de Jesús es Madre
de la Iglesia. Su amor materno a Cristo asumió a
aquellos entre los que Cristo era “primogénito
entre muchos hermanos” y la madre de Cristo
se convirtió así en madre de los cristianos.
Desde el nacimiento de la Iglesia María la
acoge como una prolongación de Cristo.
Esa maternidad de
María no se agota en el
hecho del Nacimiento de la Iglesia, se prolonga a
lo largo de toda su historia.
Los rasgos de María influyeron en Jesús
y éste manifestaba en sus actitudes de bondad
y de amor el porte adquirido, de su madre. Los primeros
cristianos, aquellos que le conocieron estaban influenciados
por el mismo porte maternal de María y este
modo de ser lo plasmaron en la primera comunidad.
Hoy, nosotros, continuadores de ellos y formadores
de la Iglesia, debemos mostrar esos rasgos marianos
y así afirmamos con nuestra conducta que María
sigue actuando y siendo Madre, a través de
nosotros.
Estos rasgos maternales
de María podemos
mostrarlos desde dos niveles: Interno y externo.
a) Interno: Este
nivel interno parte de una convicción
profunda: María es nuestra madre y nuestras
relaciones con Ella han de ser filiales, pero sin
caer en el infantilismo, ni en proyecciones afectivas
desprovistas de valentía y generosidad.
De esta convicción nace un amor grande, tierno,
a María. Amor que inunda la vida y la llena
de sentido.
Son muchas las personas
que han buscado una plenitud de sentido a su vida
en la devoción de María.
No es que hayan buscado en Ella la complementariedad
que falta al seguimiento de Cristo, éste lo
llena todo. Han insertado su amor a María
dentro del amor a Cristo y de la historia de la salvación.
Han sido muchos los que a lo largo de la historia
se han mostrado como seguidores de María y
son para nosotros un ejemplo: De entre ellos destaco
a San Alfonso, él decía: “El
que es devoto de María se salva”. Parece
como si María lo fuese todo, incluso con relación
a la salvación.
Pero como condición para ser devoto exige
el seguir a Cristo. Basta leer su libro: “La
práctica del amor a Jesucristo”. Este
amor tan entrañable a María está inserto
en el amor a Dios y a los hombres.
b)
Externo: Las interioridades
pueden prestarse a desviacionismo sobre todo por
la linea del subjetivismo
y de las vanas ilusiones. El mejor catalizador del
amor son las obras, los actos. Para conocer los quilates
del amor constatamos los servicios prestados a los
demás. Es imposible que exista amor a la madre
donde hay desprecio a los hijos. El mejor modo de
mostrar el amor a María es la imitación
de su vida. María estuvo pendiente de los
demás, vivió para ellos, en la persona
de su Hijoy en sus intervenciones especiales. Fue
capaz de proclamar la exaltación de los pobres
y el destronamiento de los poderosos.
Las actitudes de
María son valores que asumimos
como exigencia de nuestro amor y que expresamos en
forma de bondad, de entrega, servicio y compromiso
a favor de nuestros semejantes.
Un ejemplo, el Padre
Maximiliano Kolbe, gran devoto de la Virgen. Asumió de tal forma la entrega
de María a los demás, que fue capaz
de ponerse en lugar de un condenado a muerte.
Murió para que otro pudiese seguir viviendo.
Era más necesario que él.
En estos momentos
finales, recordemos a esta madre y a tantas madres
que destrozando su corazón
que Dios les ha dado, se transforman en vida para
sus hijos. Pidamos por aquellas madres que se sienten
tentadas de deshacerse del hijo que Dios ha formado
en su seno. O por aquellas otras que ya mayores,
son sacadas de casa, sin que los hijos recuerden
el esfuerzo que han pasado para traerlos al mundo.
Pidámosle por todas las madres.
Pidamos a María
que nos ayude a ser como Ella.
Acabo este Pregón
con unas palabras de Mossen Cinto Verdaguer:
“Dolça Mare del bon Déu,
rosal del cel la més bella,
si em dasseu vostra poncella
la plantaria al cor meu,
doneu-me a Jesús en creu,
que és Ell ma vida i mon bé,
de dia l´estimaré,
lo somiaré de nit,
viuré d´amor en son pit
i en sos braços moriré.
Siga vostra gran puresa
Alabada eternament
Puix que un Déu omnipotent
Se recrea amb tal bellesa
A vos celestial Princesa,
Verge sagrada, María,
Us dono en aquest dia
Á nima. Vida i cor,
Mirau-me amb ulls d´amor,
No em deixeu, Mare mia.”