Entré en una tienda de
un anticuario y de pronto… vi un Cristo sin cruz, iba a lanzarme
sobre él, pero frené mis ímpetus… Era un
Cristo muy bello, era un impresionante despojo mutilado. Por supuesto,
no tenía cruz, le faltaba media pierna, un brazo entero, y aunque
conservaba la cabeza, había perdido la cara.
Quise comprarlo, el vendedor ponderaba sus cualidades y yo las disminuía
para rebajar el precio… Me estremecí de pronto. ¡Disputábamos
el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía! Y me
acordé de Judas… ¿No era aquella también
una compraventa de Cristo? ¡Pero cuántas veces vendemos
y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en él y en nuestros
prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.
Compré mi Cristo que provenía
de Aracena y había sido mutilado en guerra, al estar a
solas con él le pregunté,
- Cristo, ¡¿Quién fue el que se atrevió contigo?! ¡¿No
le temblaron las manos cuando astilló las tuyas arrancándote
de la cruz?! ¿Vive todavía? ¿Dónde? ¿Qué haría
hoy si te viera en mis manos?… ¿Se arrepintió?
¡Cállate! No me preguntes ni pienses
más en el que me mutiló, déjalo, ¿Qué sabes
tú? ¡Respétalo!, Yo ya lo perdoné.
Yo me olvidé instantáneamente y para siempre de
sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, Yo perdono de una
vez, no por mezquinas entregas como vosotros. |
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- ¡Cállate! ¿Por qué ante mis miembros
rotos, no se te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren, explotan
y mutilan a sus hermanos los hombres? ¿Qué es mayor pecado?
Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva,
de carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Ohh
hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el recuerdo
del que mutiló mi imagen de madera, mientras le estrecháis
la mano o le rendís honores al que mutila física o moralmente
a los cristos vivos que son sus hermanos.
Yo contesté: “No puedo verte así,
destrozado, te voy a restaurar… ¿Apruebas mi plan?
- ¡NO, no me gusta!— Contestó el Cristo, seca y
duramente. -¡Eres igual que todos y Hablas demasiado!- ¡No
me restaures, te lo prohíbo! ¡¿Lo oyes?!... Quiero,
que al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que
conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos,
porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han
cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos
los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver
si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele, a ver
si así, roto y mutilado te sirvo de clave para el dolor de los
demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos,
en luces, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos
los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes.
“Mi Cristo Roto” P. Ramón Cué 1963