Mi problema en la tarde del Miércoles
Santo era simular un camastro de un sintecho en el claustro de Santa
Ana, junto a la imagen del Cristo de la Buena Muerte. Esa sería
la actividad que la Congregación (Cofradía) iba a realizar
este año en sustitución de la procesión habitual.
Habíamos acordado con
el párroco, Mossén Peio Sánchez, exponer al Cristo
en el centro del claustro de Santa Ana, apoyado en el pozo y bajo
él las placas de las personas fallecidas sin hogar en el año
2000. Al lado de la imagen del Cristo teníamos pensado simular
un camastro de los que usan los sintecho para pasar las noches en
la calle.
La lectura era fácil,
se trataba de visualizar en Cristo a todos los sintecho de la ciudad
describiendo un itinerario. El camastro nos muestra el día
a día de las personas sin hogar que resisten en la calle hasta
que les llega su hora y son un crucificado (El Cristo) más
de la sociedad, pasando a engrosar la lista de los que anónimamente
nos dejaron (las placas).
Con estas premisas había
empezado a montar la escenografía junto a Núria. El
Cristo ya reposaba sobre las placas, dispuesto a pasar tres noches
sin más techo que las estrellas. Sólo nos quedaba confeccionar
el lecho, para ello nos surtimos de cartones, plásticos, sábanas
viejas, etc.
Pusimos manos a la obra, pensando
que este año nadie nos vería trabajar, a diferencia
de años anteriores en los cuales mientras preparábamos
los pasos para la procesión, éramos observados de forma
curiosa por personas que se acercaban a la iglesia. Nuestra sorpresa
fue cuando notamos como una persona nos observaba y disentía
con la cabeza. Dejándome llevar le pregunté que le parecía
el supuesto lecho callejero. La respuesta no pudo ser más sincera:
"Eso parece más la cama de un hotel que la de un callejero”
me respondió con rotundidad y autoridad.
Mi interlocutor sabía
lo que decía, cocinero de profesión, hasta hace poco
había estado en la calle donde lo había enviado los
efectos del Covid-19. Recordaba que la borrasca Filomena la sufrió
durmiendo entre cartones en las calles de Madrid, ahora su situación
ha mejorado y anda ayudando en el Hospital de Campaña de Santa
Ana. Viendo la experiencia y solvencia de mi interlocutor le sugerí
si quería él montar la cama callejera, a lo cual no
dudó en aceptar.
Inmediatamente se puso a construir
un supuesto lecho para pasar la noche al exterior. Tras los primeros
instantes en que se le erizó el bello a recordar los duros
momentos vividos, desmontó lo que habíamos hecho (creo
aún reía interiormente por nuestra torpeza) y se puso
a elaborar lo que le habíamos requerido.
Mientras construía el
lecho y luchaba con los recuerdos, nos explicaba el porqué
de todo lo que hacía. Nos dijo por ejemplo que las pertenencias
importantes iban bajo la cabeza haciendo de almohada, excepto la cartera
que iba a los pies del saco de dormir. Nos dijo también que
él solía colocar a mano algún objeto que le sirviera
de defensa y así un rosario de consejos. ¡Toda una experiencia!
Al acabar el Miércoles Santo tenía la sensación
de haber recibido una de las lecciones más importantes de mi
vida y no me refiero a como hacer una cama para pasar la noche en
la calle, sino que para poder dimensionar el calvario que sufren nuestros
hermanos, los excluidos de la sociedad, no queda más remedio
que dejarse llevar por ellos y que sean ellos mismos desde su desgarradora
vivencia los que nos expliquen los sufrimientos de su exclusión.
Por mucho que observemos desde
fuera, si no nos acercamos a ellos y dejamos que ellos se nos acerquen,
tendremos irremediablemente una visión muy edulcorada de la
realidad y seguiremos construyendo camas de hotel pensando son lechos
callejeros de un sintecho.